Escondite para pájaros, 2024
Texto para Irati Inoriza
Comisariado Blanca del Río
Diseño de Miranda
Pérez-Hita
Editado por INJUVE
Hacer desde la
suposición, por pulsión, por espasmo. Hasta por superstición.
Recordar un recuerdo vivido, recordar un recuerdo contado, recordar
por recuerdo de otro. Recordar con distorsión, porque no puede ser
de otra manera. Recordar a la fuerza, por imposición, por
deseo. Recordar por memoria involuntaria. Las
magdalenas de
Proust. El primer amor, el olor de las tardes de adolescencia, los
veranos en el río. Recordar a la familia que se fue por una extraña
voluntad obligada. Recordar sin las raíces, porque a veces, al cortarlas,
la cepa puede quedar en otro lugar. La memoria colectiva se
construye de recuerdos personales. Igual que los árboles acumulan corteza. A
los recuerdos vamos, de la misma manera que nos vienen. María
Salgado [1] dijo que el único recuerdo real es el que pasa por el cuerpo,
cuando algo que no hemos ido a buscar nos eriza el vello. Algo que
viene a nosotros. Pienso en cuando era pequeña y me decían que la
piel tiene memoria y esto hacía que año tras año se dorara más porque se
acordaba del verano anterior. De los veranos del pasado también
recuerdo esperar a las golondrinas. Mi abuelo me contó que
volverían las mismas del año anterior. Las mismas que
habían estado en la
barandilla del balcón, las mismas que habían pasado el invierno
en playas lejanas donde calentaba más el sol. Se acordaban de volver
año tras año. Recuerdo que me costaba mucho entender estas
memorias.
El relato de Escondite para pájaros se construye como está hecho – desde el
cuerpo y el lugar. Hace lo que dice. Se articula como imagino que lo
hacen las memorias personales donde todos los recuerdos, las
intuiciones, los pensamientos, las memorias futuras se acumulan como
pájaros en bandadas que construyen formas en el cielo. Como las
montañas de gigabytes que se mueven por la red y que van de México
hasta Euskadi, y pueden recorrer caminos sin concordancia, ni
lógica, ni temporalidad. Se mueven en un modo etéreo donde un
cantar permite marcar el sentido. Un cantar que nunca es el mismo,
que nunca sucede igual. Que se empeña en la atemporalidad y en
lo no correlativo. Hacerlo con el cuerpo, igual que se articula un
recuerdo. Una melodía que se enlaza como una reminiscencia que
vuelve a suceder todo el rato – a pesar de que esté acabada. Nunca
es igual y que deja verse sin verse. Desde la percepción, la
sensación, el tacto. Encontrar un escondite y esconderse con las
alas. Hacer nido, que no siempre es anidar. Porque a veces hay
que hacer con lo que hay. Hacer con lo que te encuentras, con lo
que te dejan. Con lo que no estabas buscando y se te entrega. El
pasado está lleno de hendiduras, algunas duelen, como las fisuras en
la piel que salen en invierno, que no nos permiten doblar las manos.
Las grietas del frío, como los infinitos pliegues en las alas de los
pájaros, que son plumajes hechos de memoria, hechos de paso del tiempo.
Como convocar a los ancestros. A los tuyos y a los de los demás.
Porque la memoria no
es si no es colectiva. El recuerdo es común. Porque no hay
nada menos real que un recuerdo personal que hemos creado.
Sobre todo, cuando hemos sido felices. Es por esto que necesitamos
los de los demás. La memoria queda grabada en el cuerpo como
una enfermedad latente que está siempre allí y solo se manifiesta
dependiendo de otros factores. Escuché una vez que alguien dijo por
la radio – no sé quién - que un recuerdo es como un documento en
Word, que cada vez que lo contamos, es como si abriéramos el
archivo, hiciéramos un pequeño cambio, y le diéramos a guardar. El
recuerdo es un relato que nunca permanece estático.
Aunque sea pasado,
afecta al presente; y aunque ya haya pasado, cambia todo el rato. Hasta que se
vuelva a abrir.
[1] Maria
Salgado lo dijo en la librería Crisi de Barcelona cuando presentaba su libro Record (2 de octubre de 2023)
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