Volveré mañana, 2023
Texto para la publicación Si la magia es una alquimia, el relato lo cuenta el fantasma de Abel Jaramillo
Diseño de Miranda Pérez-Hita
Textos de Abel Jaramillo, Marta Echaves y Jesús Rey.
Editado por la Junta de Extremadura
Dejar un escrito encima de la mesa, cerrar la puerta y volver.
Volver con el cuerpo, con la cabeza o con las manos.
Con las propias o con las ajenas.
Con los pulgares y con las uñas.
Regresar al lugar.
Se puede volver de múltiples formas y quizá, como la mayoría están marcadas
por la nostalgia, son tan delicadas como grávidas. Porque el que se ha tenido
que ir, porque el que quería irse, porque el que no quería, porque en el pueblo
no hay para todos, porque en el pueblo no puedo ser quien soy y vestir como
quiero, porque en la ciudad se cumplen los sueños, porque el que se ha ido a
buscar la fama, porque la miseria, porque el que se ha hartado de vivir, porque
el que pensaba que había un mundo mejor, porque el que nunca lo encontró. Porque
los sesenta, porque los dos miles, porque siempre nos seguimos yendo.
El que se va siempre hace lo
que más duele: pensar que volverá e imaginar lo que ha dejado. Piensa en el
paisaje, en el campo que florece, en la primavera que se asoma, en las calles,
en las fiestas…Antes, cuando te ibas lejos normalmente no volvías nunca y solo te
quedaba conjeturar. Porque antes muy lejos era un trayecto de Londres a
Badajoz. Regresabas tan poco que había una parte de tu familia que ni siquiera te
había conocido y, para ellos, te convertías en el pariente que se había ido y que todos conocían a
través de una fotografía antigua de cuando eras joven. Algunos, hablaban de
ti como el que no seguía la norma, como aquello que no querían para sus hijos. Como
en mi familia se hablaba de la tía Ramona, que se enamoró de un hombre casado y
se fugó una noche a Argentina. Algunos niños miraban tu foto deseando un día
ser tú y poder devenir lejos en algún lugar. El día que te vas nunca se olvida. Es como romper un
cristal, que solo se puede romper una vez. Es curioso porque es precisamente en
el momento que congelas tu mundo cuando todo empieza a cambiar para siempre,
las tiendas, las casas, las costumbres, los paseos. Y de ahí la condena, y de
ahí el dolor. Pero aun así, sigues pensando que inevitablemente tenías que
irte, porque, aunque lo amabas, no había manera de estar allí.
"Querido Pepe: he estado a verte y creo que volveré mañana.
Abrazos,
Federico"
Lorca dejó esta nota encima de la mesa de Bergamín en la Editorial
Cruz y Raya un día de julio del año 36 antes de marcharse de Madrid
para Granada, de donde nunca volvió. Y aunque jamás regresó, no ha
parado de volver. Porque se puede volver más allá de la acción de reencontrarte
desde lo físico, más allá del volver al lugar del que se partió con la voluntad
de rejuntarte con otro cuerpo. Lorca, si hubieras vivido más, si no hubieras
fallecido tan joven, si no te hubieran matado. Porque el franquismo, porque la
diferencia, porque los hombres. Porque no
hubieras tenido que volver sin volver. Como Celestino, que también tenía que
haber vuelto y que, como tú, tuvo que volver de otro modo para así poder volver
de tantas otras maneras.
Volver como una flor de sal.
Volver como una navaja afilada.
Volver como un higo chumbo, como una flor de la viuda.
Volver como Hamlet, con drama y con tragedia.
Volver con sonidos negros y
hojas que trepan.
Volver como una película que
no existió.
Volver como un día hiciste
que otros volvieran. Como hiciste con Lorca.
Volver a oscuras.
Volver con otras manos que tocan lo que dejaste.
Volver con las palabras de Jesús. Volver con las palabras que me dice Abel de
lo que le cuenta Jesús.
Volver como una generación
que ya no está.
Volver como pluma.
Volver como una flor de
cristal, que en realidad alumbra.
Volver con Carlos Miranda.
Volver como un relato
fantástico.
Volver por justicia o volver
por derecho.
Volver por demora.
Volver en ‘fotografías y
azucenas’[1]
Volver a través de un guion
que escribiste y creías abandonado.
Volver con enfado.
Volver porque alguien te
imagina en un tablao.
Volver como cuando quitas un
celo antiguo que amarillea y su pegamento se esparce por las manos.
Volver a la Iglesia, a la
Puebla, a Extremadura.
Volver acompañado.
Volver porque alguien no te
ha olvidado.
Volver porque corren las
cortinas.
Volver porque no podía ser
de otra forma.
A veces, por mucho que abras
la tumba no consigues hablar con los muertos. No todo el mundo puede volver sin
volver, no todo el mundo puede volver reiteradamente por mucho que se le
invoque. Quizás, tanto Lorca como Celestino tienen el poder de hacerlo cuando
se les convoca con sonidos negros, llenos de umbrías y claroscuros. Como todo
lo negro tiene duende, cuando se les invoca a tientas, haces que puedan volver
sin estar. Tal vez, aquel que
busca el duende puede conocer a través de la muerte, aprender a través del olvido
y permitirse así el saber a partir de la memoria de los demás. ‘El duende no
está en la garganta, el duende sube por la planta de los pies’[2] porque el duende te atraviesa como una espada que se te clava por la espalda y
te sale por el pecho. Porque el duende es noche, pero está hecho de luz, porque
si no, no lograríamos la sombra. Como cuando Cristo se levantó de la tumba, que
algunos dicen que fue en la aurora y otros en la madrugada, porque había
contraste y había resplandor. El momento de los claroscuros, cuando día y noche
suceden a la vez, es cuando aparecen los destellos que pinchan, que hieren y
que perforan. Y tanto la vida de Celestino, como la de Lorca, estaba llena de
faros y de cortes. Hay que saber mirar a la muerte más allá de la lápida, más
allá de su tumba, más allá de la correspondencia. Hay que saber ver cómo suda la
flor de sal. Hay que saber escuchar los sonidos negros incluso en el vacío,
cuando nada suena. Entonces, se puede ver que, algunas vidas, aunque cortas, viven
para siempre.
Imágenes de Miranda Pérez - Hita