Robarnos el tiempo, 2020

Texto para A-Desk en el marco de la editorial de Alexandra Laudo

En la Edad Media, robar el tiempo era considerado un delito porque, tipificado dentro del pecado de la usura, atentaba contra los valores de la época. Jacques Le Goff en La bolsa y la vida explica quien era el usurero y como se le castigaba. El que cometía delito de usura era condenado como cualquier otro ladrón que cometiera un robo o una rapiña. El usurero recibía un bien ajeno otorgado contra la voluntad de su propietario, que en última instancia era Dios: «Los usureros son ladrones, pues venden tiempo que no les pertenece, y vender bien ajeno contra la voluntad del poseedor es robar».[1] En época medieval, la diferencia entre el día y la noche, entre la luz y la oscuridad, era mucho más evidente y comportaba un marcado juicio de valores entre las actividades que se realizaban en cada uno de estos dos espacios de tiempo. El robo de tiempo nocturno, momento destinado al reposo, al descanso, al recogimiento y a la espiritualidad, tenía una connotación todavía más negativa; como dice Le Goff: «Además, como no venden otra cosa que la demora de dinero, es decir el tiempo, venden los días y las noches. Pero el día es el tiempo de la claridad y la noche el tiempo de reposo. Por lo consiguiente venden la luz y el reposo. No es pues justo que ellos tengan luz y reposo eterno».[2]

En una temporalidad tan monótona, en la que cada día era igual al anterior y lo único que rompía el ciclo repetitivo de los días eran las escasas festividades y celebraciones anuales, apropiarse del tiempo de otro era todavía más injusto. Teresa Vinyoles explica el entusiasmo con el que eran vividas las contadas pausas festivas que se alternaban en el calendario regular de trabajo.[3] Contrariamente a lo que pasa ahora, la temporalidad estaba bien definida y separada; incluso las estaciones del año eran más evidentes, y las horas de sol de cada una de ellas provocaban grandes diferencias en la misma jornada laboral: con unos días de verano largos y unas noches de invierno que parecían no tener fin. En este mundo medieval, perfectamente normativizado, eran numerosas las reglamentaciones ciudadanas que estipulaban la finalización de la jornada laboral con la puesta de sol y prohibían, a la vez, el trabajo nocturno. El Livre des Métiers[4] parisino especifica como solo los artesanos y obradores que trabajaran para el rey o para el obispo de París podían seguir trabajando durante la noche.

Cuando conseguimos domesticar la luz, nos acercamos a la temporalidad homogénea tan indisociable de nuestro presente. Jonathan Crary, en 24/7, sitúa la que considera que es la primera imagen del trabajo nocturno en ‘Arkwrights Cotton Mills by Night’, pintura de Josep Wright que muestra la primera fábrica que abrió ininterrumpidamente en Reino Unido.[5] En esta obra, Wright pretende representar la iluminación de la primera hiladura que se organizó en dos turnos de 12 horas. Este hecho debía ser tan novedoso y especial que parece que Wright no sepa como representarlo: el cielo es oscuro pero en medio hay una gran nube blanca que rompe la negra noche. Parece que esta luz artificial empiece a anticipar, de alguna manera, la erosión de las temporalidades cíclicas y estacionales. El día y la noche se acercan. Se irán acercando hasta difuminar la línea entre tiempo  de descanso y de productividad, entre el tiempo de trabajo y el de ocio, entre el placer y el reposo.

 
Las fotografías de la serie ‘Overbudget’ de Josep Fonti evocan este reposo tan exhausto que parece que a veces vivimos. Son autoretratos que muestran el momento de descanso y de pausa en un viaje de más de 6.000 millas de Nueva York a San Francisco. Una serie de autoretratos nocturnos en moteles de ciudades americanas. El viaje es una especie de huida hacia adelante donde la carretera parece convertirse en un refugio y donde el motel encarna el reposo despersonalizado por antonomasia. Quizá no es más que la búsqueda de la evasión a la gran trampa del  24/7, de disponer de todo en todo momento.  Dice Crary: «No obstante, en los países ricos del mundo, lo que alguna vez fue consumismo se ha convertido en una actividad, las veinticuatro horas, los siete días de la semana, relacionada con las técnicas de despersonalización, individualización, interacción con los dispositivos y comunicación obligatoria».[6] Parece que en este mundo que nunca se detiene continuamos buscando este reposo en círculos, una suspensión casi desesperada en una sociedad sin pausa.

Si la luz artificial diluye la temporalidad, las nuevas tecnologías la estiran y la dilatan todavía más. Cristina Garrido en  ‘Clocking In and Out’ se fotografía cada día durante una semana al levantarse y al acostarse, explorando así las relaciones de productividad de nuestro tiempo, del trabajo cognitivo y del descanso. Parece pues que todo tiempo y toda acción son susceptibles de ser productivas: ¿y si ya no hay espacio para el reposo?; ¿Y si ya no sabemos encontrar momentos para el descanso?


En ‘Produciendo tiempo entre otras cosas’ Iratxe Jaio y Klaas van Gorkum toman como punto de partida una anécdota del abuelo de Klaas, quien después de jubilarse pidió a sus compañeros de taller que le hicieran un torno para poder seguir haciendo piezas de madera. Dicen que pertenece a una generación que consideraba que el tiempo libre debía invertirse en hacer alguna cosa productiva. Quizá la diferencia entre su generación y la nuestra, en la que el ocio se ha productivizado, es en la diversa concepción del tiempo de ocio. Nosotros, en cambio, pensamos en disfrutar sin culpabilizaciones del tiempo de ocio; pero nos encontramos, a veces, en la misma situación que Cristina, haciéndonos fotos y productivizándonos, monitorizándonos, incluso, las horas de sueño a través de aplicaciones.


Quien sabe si nos podríamos plantear robarnos el tiempo con buena intención. Como, por ejemplo, la web de Mario Santamaría que está operativa 23 h al día, en lugar de 24 h. Quizá la única manera que podemos ser capaces de liberarnos del todo gira es tomarnos esta hora, anulando el acceso, haciendo caer el servidor y obligándonos a una pausa de 60 minutos.
Este robo, contrariamente al del pecado de la usura, parece la única manera de devolvernos el tiempo de descanso y de quietud. Hoy en día, quizá el tiempo más preciado es el tiempo de inactividad. Seguiremos intentando buscar tiempo y horas dentro del espacio del 24/7 de luz y conectividad; seguiremos pensando si el tiempo nos pertenece, si lo controlamos, si lo robamos o si lo vendemos y, mientras no lo sepamos hacer un poco mejor, quizás es mejor que nos lo roben, que nos roben algunas horas para hacer un verdadero descanso.




[1] Jacques Le Goff (2003), La bolsa y la vida: economía y religión en la Edad Media, Barcelona, España, Gedisa p.58.
[2] Ibídem.
[3] Carme Batlle, Teresa Vinyoles (2002): Mirada a la Barcelona medieval des de les finestres gòtiques (2002), Barcelona, España, Rafael Dalmau.
[4] Étienne Boileau (1879), Livres des Métiers (1210-1270) (Edició a cura de René de Lespinasse i François Bonnardot), París: Imprimerie Nationale.
[5] Jonathan Crary, 24/7: Capitalismo tardío y el fin del sueño (2015), Barcelona, España, Ariel p.71.
[6] Ibídem, p.81.

Imágenes por orden de aparición:

Joseph Wright, Arkwright’s Cotton Mills by Night, 1782
Josep Fonti, Overbudget,  2017
Cristina Garrido, Clocking In and Out, 2015
Iratxe Jaio + Klaas van Gorkum, Produciendo tiempo entre otras cosas, 2011
Mario Santamaría, Also this website is Available 23 hours a day, 7 days a week, 2017











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